Mr. Powell

Maryville, Tennessee. Primer día de clases. Finales de enero del 2003. ¿Fecha exacta? No me acuerdo. Como diría mi viejo, quimpota. Mi primera clase es de contabilidad. El profesor tiene un acento sureño marcadísimo y no le entiendo nada. Veinte minutos de compañeros, también con acentos ininteligibles, presentándose. Mi turno. Hola, me llamo Tomás, soy de Panamá, llegué a Tennessee la semana pasada, quiero ser ingeniero y no tengo idea por qué me metí en esta clase. Media hora más del profesor discutiendo el temario y cómo nos va a calificar durante el semestre. ¿Será que todas mis clases van a ser así?

Salgo de Thaw rumbo a Anderson. Hace frío, pero no está muy lejos. Encuentro el salón y me siento en una silla cerca de la puerta. A las 10 en punto entra un hombre flaco y canoso, cargando una bolsa de tela y unos papeles que pone en el escritorio del profesor. Saca un marcador de su bolsa y procede a presentarse.

—¡Buenos días! Mi nombre es David Powell, ustedes me pueden llamar Dave o Mr. Powell—dice, mientras escribe su nombre en el tablero.—Ésta es la clase de composición 101 sección 1. Asegúrense de que ésta es la clase en la que se matricularon y no se equivocaron de salón. El número de teléfono de mi oficina es 8244 si marcan dentro del campus. Es más fácil recordarlo si se lo memorizan como TAGG, tag con doble ge. Mi oficina está en este mismo piso, a la vuelta de la esquina, por si tienen alguna pregunta y necesitan hablar conmigo. Ahora, ustedes sólo tienen que aprenderse un nombre, pero yo me tengo que aprender 1, 2, 3… ¡15! Hay 15 estudiantes en esta clase, así que…

Mr. Powell saca de su bolsa una cámara Polaroid, de esas que sacan fotos instantáneas. Nos toma fotos en grupos de 3 ó 4 estudiantes. A medida que las fotos van saliendo de la cámara, nos pasa las fotos con un bolígrafo y nos pide que escribamos nuestros nombres en el borde, cerca de nuestras caras. Después de recoger todas las fotos, Mr. Powell pasa lista usando las fotos, verificando la pronunciación de nuestros nombres y asociándolos con nuestras caras. Después de pasar lista, Mr. Powell guarda las fotos, reparte el temario, toma nuevamente el marcador y se acerca al tablero.

—Ésta es su primera lección en mi clase y es la más importante de sus vidas—dice, mientras escribe en el tablero “Comiencen a ahorrar YA!!

—¡Comiencen a ahorrar ya!—continúa.—Ustedes se preguntarán, “pero, Mr. Powell, ¿qué tiene que ver esto con escribir bien en inglés?” Nada. No está en el temario. Pero créanme, ésta es la lección más importante de sus vidas. Empiecen a ahorrar ya y se alegrarán de haberme hecho caso cuando tengan mi edad. Abran una cuenta de ahorro y agarren el 10% de todo lo que ganan y lo ponen ahí. Lo que sea que ganen. 10% de su salario, 10% de su mesada, 10% del regalo en efectivo que les dio su abuelita, lo que sea, va en esa cuenta y no se toca. Cuando tienen suficiente plata en esa cuenta, la pasan a una cuenta mejor, que dé más intereses. Y siguen ahorrando, 10% de todo lo que ganan. Luego pueden pasar la plata a un plazo fijo u otro tipo de ahorro que gane aún más intereses. Y así se van. Y cuando tengan mi edad y estén a punto de jubilarse, tendrán su platita ahorrada para poder vivir bien. ¿Entendido? Bien. Ahora, pasemos a ver el temario.

La clase de Mr. Powell resultó ser interesante. ¿Cómo no iba a serlo con semejante personaje como profesor? De vez en cuando se me escapa alguna regla que me enseñó para escribir bien en inglés, pero siempre recuerdo ese primer día de clases y la lección más importante de nuestras vidas. He tratado de ahorrar, como él nos recomendó y he aprendido otras cosas del dinero a lo largo del camino, pero eso es un cuento para otro día.

A pesar de que ésa fue la única clase que tomé con Mr. Powell, era fácil topar con él en los pasillos de Anderson Hall. La última vez que hablé con él fue en uno de esos pasillos y la interacción fue tan rara como la primera.

—¿Alguna vez te han dicho algo para lo que no tienes respuesta ni comentario ni más preguntas?—me preguntó Mr. Powell, acercándose.

—Sí, claro, suele pasar—contesté.

—Yo les doy una de éstas—dijo Mr. Powell, pasándome una tarjeta que sacó de su billetera.

La tarjeta era del tamaño de una tarjeta de presentación, era toda blanca con la frase “Hm.”, en letra pequeña, perfectamente centrada.

—¿Ves?—continuó Mr. Powell.—Sólo dice “Hm.” No dice “Hm?”, con signo de interrogación, porque no estás preguntando. Tampoco dice “Hm…”, con puntos suspensivos, porque no estás pensando en una respuesta ni estás esperando que te cuenten más. Sólo dice “Hm.”, como quien dice, “Ok, te escuché”. Entonces, doy la tarjeta y me voy. Guárdala en tu billetera y dásela a alguien por ahí.

De vez en cuando me acuerdo de esta historia y busco la tarjeta. Ahora está amarillenta y tiene los bordes doblados. ¿Qué esperaban? Lleva como 10 años en mi billetera.

Hm.